CUANDO EL MENOS DEL NI UNA MENOS TIENE NOMBRE
Aquel 3 de junio las mujeres marchamos con esperanzas renovadas, pensando que –por magia- la violencia machista desaparecería del mundo. O al menos esa fue mi estúpida intención.
Con orgullo llevé la pancarta del NI UNA MENOS y alentaba a las compañeras a no callar, a decirle a la justicia, a los familiares y a quien quisiera oír que estaban hartas de vivir sin fe. En medio de la euforia nos abrazábamos deseando que con sólo caminar al grito de estribillos y arengas el flagelo desapareciera. La violencia terminaría ante ese temblor de las calles.
Cuánto me equivoqué. Creí que ese sólo acto cambiaría la mente del abusador, sobre todo del que lo veía por televisión. Víctima y victimario mirando las escenas juntos. Él, quizás, pensando que nunca más lo haría y ella con ansias de un fin al maltrato.
Los meses pasaron y si bien la causa concientizó a muchos no alcanzó para reprimir los celos, el control (u otro oscuro sentimiento que lo transformó en su dueño) ni para frenar el cuchillo que la mató.
Los imagino a él y a Olga, -esa tarde en la que millones salimos a clamar por quienes no podían- tomando mate, quizás comiendo algo o conversando sobre la multitudinaria convocatoria, en tanto un alma clamaba y la otra tramaba. Sí, tramaba. Porque la decisión de matar no se toma en un día, requiere de una historia de humillaciones: por ella vividas y por él causadas.
Hoy ella no está, él tomó su vida y nada lo justifica. Yo les puedo decir que era una excelente mujer –como lo habrán sido tantas otras que han muerto a manos de quien no las supo amar-, que construyó una vida al lado de su asesino y que muchas veces se habrá preguntado por qué.
La verdad es que razones no existen. Nadie tiene ni motivo ni permiso para destruir. Cuando él clavó el filo no sólo la asesinó a ella sino que condenó al espanto a toda una familia que de ambos necesitaba.
Me pregunto qué sentirá ese maldito ahora (cuyo nombre jamás pronunciaré), si su locura lo llevará a exculpar la atrocidad o si el arrepentimiento lo carcomerá. Sin embargo, al reflexionar me doy cuenta que no importa lo que un violento piense; tendrá el merecido en esta justicia y en la del universo tendrá como escarmiento la escupida.
Hoy el NI UNA MENOS tiene un crudo sentido y lleva el nombre de esa mujer sencilla que aquel Día del Amigo me regaló sonrisas. Se llamaba OLGA PAZ y será guía en una lucha que por infortunio llevará su nombre y su apellido.
En cuanto a él, es mi deseo nacido del horror que cualquier rastro de su existencia sea borrado del Libro de la Vida. Que los ángeles lo maldigan. Que Dios lo expulse de cualquier cielo santo. Que los espíritus ateos lo repelan. Que ni el Diablo le permita pronunciar su nombre. Que el Bien se haga Mal ante cada dolor que tenga. Y que Mal se torne en desgracia cuando pronto lo rodee.
Y ni siquiera tales maldiciones traerán paz a corazones demolidos ante lo brutal.
POR OLGA PAZ Y CADA MUJER QUE VIVIÓ EN TORMENTO…HASTA MORIR.
Bárbara Benitez